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La modestia es un deber

La vestimenta es un mensaje para los otros del respeto que nos tenemos a nosotros mismos

«Me encanta la vulgaridad. El buen gusto es la muerte, la vulgaridad es la vida. » [1]

Estas palabras de la diseñadora inglesa de moda Mary Quant, que se hizo famosa por la invención de la minifalda y los shorts, ponen de manifiesto uno de los más importantes aspectos, aunque rara vez señalado, de la «revolución de la moda» que comenzó en los años sesenta: la vulgaridad.

Desde entonces, las modas han tendido cada vez más hacia la vulgaridad. Es una vulgaridad que pisotea el buen gusto y el decoro, pero que refleja una mentalidad contraria a todo orden y disciplina así como a toda prohibición, ya sea moral, estética o social, y que en última instancia, sugiere una completa «liberación» de las normas de comportamiento.

1. ¿La comodidad y lo práctico son criterios supremos?

La excusa para la introducción de las faldas cada vez más cortas era «ser práctico y liberador, permitiendo a las mujeres subir con facilidad a un autobús». [2] La noción de que la comodidad, lo práctico y la libertad de movimiento deben ser los criterios únicos para escoger el vestido ha conducido a una ruptura del nivel general de sobriedad y elegancia, por no hablar de las normas de la modestia.

Así, la vestimenta informal, por ser más cómoda y práctica, se convierte cada vez más en la norma, independientemente del sexo de las personas, la edad y circunstancias. Blue Jeans y camiseta (una antigua pieza de ropa interior) se convirtieron en parte de la vestimenta común.

Aunque se pueda usar ropa menos formal en los momentos de ocio, esta ropa no debe dar la impresión de que uno abandonó su dignidad y gravedad. No se debe dar la idea de que uno está de vacaciones de los propios principios.

En el pasado, en los momentos de descanso se vestía de modo más cómodo, pero manteniendo la dignidad, que nunca se debe abandonar.

Es curioso observar que muchas empresas exigen a sus empleados que usen trajes de negocios para transmitir una imagen de seriedad y responsabilidad. Esta es la prueba de que la ropa transmite un mensaje. Puede expresar seriedad y responsabilidad, o por el contrario, inmadurez y descuido

2. Vestimenta unisex

La premisa de que el confort y lo práctico deben presidir la elección de la ropa tiene también otra consecuencia: la ropa ya no refleja la propia identidad. En otras palabras, ya no indica la posición social de una persona, la profesión, o las características más fundamentales, tales como el sexo y la edad.

Así, la indumentaria unisex, se ha generalizado: blue jeans y shorts son usados por personas de ambos sexos y de todas las generaciones. Los hombres y las mujeres, los jóvenes y los ancianos, los profesores, los solteros y casados, los estudiantes, los niños y adultos, todos se confunden al usar una misma ropa, que ya no expresa lo que son, piensan o desean.

3. El hábito no hace al monje, pero lo identifica
Santa Teresita del Niño Jesús. Un jardinero del convento declaró en el proceso de canonización que la reconocía hasta por la espalda por su porte regio

Se podría objetar que «el hábito no hace al monje». El hecho de que una persona se vista con distinción y elegancia no significa necesariamente que tiene buenos principios o buen comportamiento. Del mismo modo, el hecho una persona que siempre lleva ropa informal, no necesariamente indica que tenga malos principios o una conducta reprochable. A primera vista, el argumento parece lógico y hasta obvio. Sin embargo, analizado en profundidad, no se sustenta.

Es verdad que el hábito no hace al monje. Sin embargo, es un elemento que lo identifica. Nadie negará que la pérdida de la identidad de muchas monjas y monjes, que tuvo lugar durante los últimos cincuenta años fue en gran parte debida a que abandonaron sus hábitos tradicionales, que expresaban adecuadamente el espíritu de pobreza, castidad y obediencia, así como un estilo de vida ascética adecuada para la vida consagrada. [3]

4. La necesidad de coherencia entre el vestido y las convicciones.

Habida cuenta de la unidad que existe entre nuestras tendencias, principios, convicciones y el comportamiento, la forma de vestir no puede dejar de influir en nuestra mentalidad.

El uso de un determinado tipo de ropa es una forma de comportamiento, y cuando la ropa ya no refleja adecuadamente nuestras tendencias, principios y convicciones, la propia mentalidad empieza a sufrir un cambio imperceptible para permanecer «en sintonía» con la forma con la que uno se presenta a sí mismo. Esto se debe a que la razón humana, por la fuerza de la lógica inherente a ella, naturalmente, tiende a establecer la coherencia entre el pensamiento y la conducta.

Esta norma está magníficamente resumida en la famosa frase del escritor francés Paul Bourget: «Hay que vivir como se piensa, so pena de tarde o temprano terminar pensando como se ha vivido».

El proceso de transformación o de erosión de los principios puede ser tornado más lento o impedido, por el fervor religioso de una persona, por tendencias o ideas profundamente arraigadas, y otros factores. Sin embargo, en caso de contradicción entre la conducta ‒reflejada en la forma de vestir‒ y los principios, aunque las convicciones no sean eliminadas, el proceso de erosión, por lento que sea, se convierte en inexorable.

5. Una fe viva, una vestimenta inadecuada

Esta erosión sutil se manifiesta a menudo por una pérdida de sensibilidad con respecto a los puntos fundamentales de nuestra mentalidad. Un ejemplo sería el respeto que se debe tener por lo sagrado.

De alguna manera, las concesiones al principio de que la comodidad debe ser la única regla de vestir han terminado por dar una nota informal a las actividades más serias y sagradas. ¿Cómo se puede explicar, por ejemplo, que personas que tienen verdadera fe en la presencia real de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento, y que hacen sacrificios admirables para frecuentar la adoración perpetua, sin embargo, no ven ninguna contradicción en presentarse ante el Santísimo Sacramento con pantalones cortos, como si estuvieran en un picnic?

El regreso de las carreras de Longchamps
La distinción en los modales y las vestimentas facilitan la vida en sociedad y la virtud

La misma persona que aparece vestida así a la adoración perpetua nunca usaría esa ropa en público, por ejemplo, visitando a la Reina Elizabeth II. Esta contradicción muestra cómo, a pesar de que la persona ha mantenido su fe, en cierta medida la idea de la majestad del Sacramento del Altar ‒la presencia real‒ ha desaparecido de su alma.

6. Igualitarismo…

Hay una tendencia general en nuestro tiempo para establecer un igualitarismo radical en todos los niveles de la cultura y de las relaciones sociales entre los sexos, e incluso, en la tendencia igualitaria, entre hombres y animales. [4]

En el vestir, este igualitarismo se manifiesta por la proletarización creciente, el establecimiento de una moda unisex y la supresión de las diferencias entre las generaciones. El mismo traje puede ser usado por cualquier persona sin importar su posición, edad o circunstancias (por ejemplo, en un viaje, una ceremonia religiosa o civil).

El caos reina en los ámbitos de la moda de hoy. A menudo es difícil distinguir, por sus ropas los hombres de las mujeres, los padres de los niños, una ceremonia religiosa de un picnic. Cortes de cabello y peinados siguen la misma tendencia a confundir la edad y el sexo, y de romper las normas de elegancia y buen gusto.

7. …Que lleva a la infantilización

Uno de los aspectos que se destacan más en los dictados de la moda es el deseo de crear una ilusión de eterna juventud, incluso los adolescentes la perpetúan sin responsabilidad, un fenómeno que se ha llamado el «Síndrome de Peter Pan». [5]

La moda actual muestra una tendencia a infantilizar a la gente. Un crítico de la moda brasileña se expresaba así: «Por mucho tiempo, hemos visto en las pasarelas, tanto internacionales como nacionales, el nivel de infantilización que las modas sugieren. Estilistas con más de 25 años de edad están diseñando (y usando) ropa que podría ser usada por los niños en una guardería.»

8. La modestia es esencial para la castidad

Además de la tendencia extravagante, igualitaria y la infantilización de la moda actual, es necesario considerar el atentado contra la virtud y la total falta de modestia.

El cuerpo humano tiene su belleza, y esta belleza nos atrae. Debido al desorden que el pecado original introdujo en el hombre, por el trastorno de la concupiscencia, el deleite en la contemplación de la belleza corporal, y en particular del cuerpo femenino, puede llevar a la tentación y el pecado.

Eso no quiere decir que algunas partes del cuerpo sean buenas y que se puedan mostrar, y otras son malas y que deban ser cubiertas. Tal afirmación es absurda y nunca fue parte de la doctrina de la Iglesia. Todas las partes del cuerpo son buenas, pues el cuerpo es bueno en su conjunto, ha sido creado por Dios. Sin embargo, no todas las partes del cuerpo son iguales, y algunas excitan el apetito sexual más que otras. Así, la exposición de esas partes, a través de semi-desnudos o vestidos escotados subidos de tono, o que acentúan la anatomía, representa un grave riesgo de causar excitación, especialmente en los hombres en relación con las mujeres.

Por lo tanto, la ropa debe cubrir lo que deben estar cubierto y hacer resaltar lo que se puede destacar. Cubrir el rostro de una mujer, como lo hacen los musulmanes, muestra la falta de equilibrio de una religión que no entiende la verdadera dignidad humana. La cara, que es la parte más noble del cuerpo, ya que refleja más perfectamente el alma espiritual, es precisamente la parte que sobresale más en los hábitos tradicionales de las monjas.

Así como la ropa masculina debe hacer hincapié en el aspecto viril propio del hombre, la moda femenina debe manifestar su gracia y delicadeza. Y en este sentido, el pelo más largo es un adorno natural para enmarcar la cara de una mujer.

9. Inmoralidad en la moda y la destrucción de la familia

El atuendo que no muestra el auto-respeto de una persona, como un ser inteligente y libre (y, por el bautismo, como hijo o hija de Dios y templo del Espíritu Santo), contribuye en gran medida a la actual destrucción de la familia. Esto favorece las tentaciones contra la pureza. También lo hace por su vulgaridad y por el infantilismo, que corroe la idea de la seriedad de la vida y la necesidad de la ascesis (autodisciplina), todos estos son elementos fundamentales que mantienen la cohesión familiar y su estabilidad.

La lucha por la restauración de la familia, el oponerse al aborto, a la anticoncepción y a la homosexualidad, será mucho más eficaz si se hace junto a esfuerzos para restaurar la sobriedad, la modestia y la elegancia en el vestir.

10. Vestido y Amor de Dios

El papel de la ropa no es sólo proteger el cuerpo contra los elementos, sino también para servir como adorno y símbolo de las funciones de una persona, sus características y su mentalidad. No sólo el vestido debe ser digno y decente, sino tan hermoso y elegante cuanto sea posible (lo que requiere más gusto que dinero).

Si el «camino de la belleza» nos lleva a Dios, viéndolo como la causa ejemplar de la Creación, el «camino de la fealdad» nos aleja del Creador y nos sitúa en la pendiente resbaladiza del pecado. Esa es la razón por la cual la fealdad es el símbolo del pecado y está tan bien expresada por el enunciado «feo como el pecado».

Fuente: America Needs Fatima


[1] An interview with Mary Quant, from the Guardian, October 10 1967 http://www.guardian.co.uk/books/2005/may/14/featuresreviews.guardianreview5?INTCMP=SRCH

[2] Cf., http://www.spiritus-temporis.com/mary-quant/

[3] Afortunadamente, desde hace algún tiempo ha habido una reacción saludable contra el abandono de la vestimenta tradicional, un hecho que ha traído un aumento en el número de vocaciones. According to a recently published book, “communities of sisters whose members wear an identifiable religious habit” are the most flourishing and attract young women the most. (Book says young women attracted to orders whose members wear habits, CNS, http://www.catholicnews.com/data/briefs/cns/20090526.htm). Según un libro publicado recientemente, «las hermanas de las comunidades cuyos miembros usan un hábito religioso identificable» son las más florecientes y atraen a las mujeres más jóvenes. (Los jóvenes son atraídos por órdenes cuyos miembros visten hábitos, http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=4002)

[4] Cf. Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución y Contra‒Revolución (Puede bajar este libro gratuitamente)

[5] Cf. Dr. Dan Kiley, The Peter Pan Syndrome – Men Who Have Never Grown Up, Dodd, Mead & Company, New York, 1983. El Dr. Dan Kiley, The Peter Pan Syndrome: Men Who Have Never Grown Up, Dodd, Mead & Company, Nueva York, 1983.

Premios y castigos en la preservación de los inocentes

Si los ángeles pudieran sufrir y llorar, veríamos ciertamente a los Ángeles de la Guarda de las grandes metrópolis modernas llorar amargamente

El egoísmo germinando en el propio corazón materno, la lleva a desear estancar, con el concurso de la ciencia, la propia fuente de la vida. La espada fue sustituida por la ciencia, y el soldado por la madre, que no sólo evita la vida, sino que la elimina.

Es conocida aquella dolorosísima figura bíblica de Raquel vagando por los alrededores de la ciudad de Rama, lamentando la muerte de sus hijos y rechazando cualquier consuelo.

La corrupción general y el aborto

Miremos a las ciudades contemporáneas. Nos enseña la Sagrada Teología que, además de tener cada persona un Ángel de la Guarda, todas las ciudades poseen el suyo. Si los ángeles pudieran sufrir y llorar, veríamos ciertamente a los Ángeles de la Guarda de las grandes metrópolis modernas llorar amargamente, como Raquel, sobre las ciudades que les han sido confiadas, y rechazar quizá el consuelo.

Es que, gracias a la corrupción general y las dolorosas condiciones de vida que tenemos hoy en día en el mundo entero, no hay gran ciudad donde la muerte de los inocentes asuma proporciones siniestras. Y si queremos buscar las causas de los males que hoy afligen a la humanidad, no sería difícil encontrarlas al menos en parte, en esa gran matanza de inocentes, de que nuestro siglo es teatro.

* * *

El exterminio, por orden de Herodes, de los niños entre los cuales buscaba matar al propio Creador.

Hubo siglos pasados ​​que conocieron verdaderas matanzas de inocentes. Este es el caso, por ejemplo, del exterminio, por orden de Herodes, de los niños entre los cuales buscaba matar al propio Creador.

Ya no es un tirano que da muerte a los inocentes

Nuestro siglo conoció un mal más atroz. No es ya el soldado cruel que invade el hogar y arranca del cuello materno al niño inocente  hiriéndolo, sino que hiere a la madre con una flecha moral mil veces más cruel que el gladio de acero.

Aborto: ¿Puede haber algo más terrible para un país?

Es el egoísmo germinando en el propio corazón materno, y llevándola a desear estancar, con el concurso de la ciencia, la propia fuente de la vida. La espada fue sustituida por la ciencia, y el soldado por la madre, que no sólo evita la vida, sino que la elimina.

* * *

Atrayendo los castigos de Dios

Dije que esa matanza es alarmante. ¿Por qué? Pocas cosas pueden merecer tan graves y pesados ​​castigos de Dios como la matanza de inocentes, cuya sangre clama al cielo pidiendo venganza.

Ese estado permanente de cosas es para una ciudad una fuente de males y castigos innumerables. Es un crimen que aplasta en la brutalidad de sus ruedas de molino una cantidad de niños cuyo total sólo en el día del Juicio Final se podrá conocer. Pero esta siniestra verdad tiene un reverso luminoso.

Si Dios promete tantos y tales castigos para los que asesinan a los niños, ¿qué recompensas y qué indulgencias no encontrarán junto a Él los que los protegen?

Si, Él sabe castigar con mano inexorable a los que matan a los inocentes, ¿no sabrá Él premiar las manos misericordiosas que les salvan? ¿No sabrá Él recompensar con generosidad a los que sacrifican su tiempo, sus ocios, sus recursos pecuniarios, y quizá sus intereses más fundamentales a la obra de preservar a los niños de la muerte que la perfidia de hombres desalmados, lanzan en la desgracia?

La gloria de Dios, ¿aspecto secundario de la Navidad?

Se habla de paz y de hombres de buena voluntad. Pero ¿quién se acuerda de la Gloria de Dios? Sin dar Gloria a Dios, siguiendo sus preceptos, no habrá paz en la Tierra.

Coronación de la Virgen de Fra Angélico

«Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad»: el juego complicado pero célere de las asociaciones de imágenes me hace sentir inmediatamente que en numerosas ocasiones del año que termina oí hablar de paz, y de hombres de buena voluntad.

Es curioso… me doy cuenta que oí hablar menos, e incluso mucho menos, de la gloria de Dios en lo más alto de los Cielos. A decir verdad, de esto casi no oí hablar. Ni siquiera implícitamente; pues implícitamente se habla de la gloria de Dios cuando se afirman los derechos soberanos de El sobre toda la Creación, y por amor a El se reivindica el cumplimiento de su Ley por parte de los individuos, familias, grupos profesionales, regiones, naciones, y toda la sociedad internacional. ¿Porqué este silencio? Me pregunto. ¿Por qué los hombres quieren tanto la paz? ¿Por qué tantos hombres se muestran ufanos de tener buena voluntad? ¿Y por qué son tan pocos los que se preocupan con la gloria de Dios, y hacen alarde de por ella actuar y luchar?

En otros términos, ¿el hecho esencial de vuestro Santo Nacimiento, Señor, sería sólo la paz en la tierra para los hombres de buena voluntad? Y la gloria a Dios en los más alto de los Cielos sería un aspecto secundario, lejano, confuso e insípido para los hombres, en el gran acontecimiento de Belén?

Se abren las puertas del perdón y de la esperanza: es Navidad

Todavía en otros términos, ¿la paz de los hombres vale más que la gloria de Dios? ¿La tierra vale más que el Cielo? ¿El hombre vale más entonces que Dios? ¿Y la paz en la tierra puede ser obtenida, conservada e incluso incrementada sin que con esto tenga nada que ver la gloria de Dios?

Finalmente, ¿qué es un hombre de buena voluntad? Es el que sólo quiere paz en la tierra, indiferente a la gloria de Dios en el Cielo?

¡Cómo es provechoso un detenido análisis del cántico angélico, y nutrir el espíritu con esas palabras, para participar como se debe de las fiestas de la Santa Navidad!

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“Hombre de buena voluntad”: ¿Qué representa esto para tantos y tantos de nuestros contemporáneos?

Para saberlo, basta indagar: ¿buena voluntad hacia quién? La respuesta salta imperiosa e impaciente, como suele suceder cuando la pregunta tiene algo de ocioso porque inquiere sobre lo que es casi evidente. ¡Caramba! ‒dirán muchos de nuestros contemporáneos‒ buena voluntad hacia el prójimo. Aquel ateo o secuaz de una religión, sea ella cual fuere; adepto de la propiedad privada, del socialismo o del comunismo, que quiere que todos los hombres vivan alegres, en la abundancia, sin enfermedades, sin luchas, sin riesgos, aprovechando lo más posible esta vida, éste es un hombre de buena voluntad.

Visto en esta perspectiva, el hombre de buena voluntad es un artífice de la paz. Dice el refrán que “en la casa donde falta el pan, todos pelean y ninguno tiene razón”. Por lo tanto, donde hay pan todos tienen razón, y hay paz. Donde hay pan, techo, medicamentos, seguridad, con mayor razón hay necesariamente paz.

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Los pastores en Belén

¿Y la gloria de Dios? Para el “hombre de buena voluntad” así concebido, ella es un elemento superfluo en lo que se refiere a la paz en la tierra. Pues del adecuado ordenamiento de la economía se deriva el buen orden en la vida social y política, y por lo tanto la paz.

“Superfluo” es decir poco, a respecto de la gloria de Dios en el Cielo, considerada en función de la paz en la tierra. Como algunos hombres creen en Dios, y otros no creen, y como entre los que creen hay diversidad en el modo de entender a Dios, éste ultimo puede actuar  como peligroso fautor de divisiones, discusiones y polémicas. Dios es un señor demasiado comprometido desde hace millares de años en polémicas, como para que de El se hable en todo momento. Para tener paz en la tierra, es mejor no estar hablando a cada momento sobre Dios y su gloria en el Cielo.

¡Y después…el Cielo es tan vago, tan lejano, tan incierto! Que de él hablasen los Angeles, se comprende, pues ellos viven allí. Pero nosotros los hombres, preocupémosnos de la tierra.

Unir la gloria celeste a la paz en la tierra es para el “hombre de buena voluntad” algo tan incorrecto, superfluo y lleno de factores de lucha, cuanto es, por ejemplo, imprudente unir la Iglesia y el Estado. La Iglesia libre del Estado, y el Estado libre de la Iglesia, es un anhelo bien típico del “hombre de buena voluntad”. La paz terrena libre de implicaciones religiosas, y Dios en su Cielo y su gloria, sonriendo de brazos cruzados hacia una tierra en paz, a una tal distancia de la tierra que allá no lleguen siquiera los satélites. He ahí el ideal del “hombre de buena voluntad”.

* * *

Estas son las consideraciones del “hombre de buena voluntad” entre comillas, cuyo corazón está lejos del Cielo, y cuya mirada solo se detiene sobre la tierra.

Entre tanto, ¡cuanto divergen ellas del sentido propio e natural del canto angélico!

Realmente, si la Navidad da gloria a Dios en los más alto de los Cielos y simultáneamente es la fuente de la paz en la tierra para los hombres de buena voluntad – y fue lo que los Angeles proclamaron en su cántico– no se puede disociar  una cosa de la otra. Sin que los hombres den gloria a Dios, no hay paz en el mundo.

Vos, Señor Jesús, Dios humanado, sois entre los hombre el Príncipe de la Paz. Sin Vos la paz es una mentira, y al final, todo se convierte en guerra.

Y es porque los hombres no comprenden esto, que buscan de todas las maneras la paz, pero la paz no habita en medio de ellos

Plinio Corrêa de Oliveira, Extractado de Catolicismo Nº 156 – Diciembre de 1963

Demolición moral e institucional de la Familia

Demolición moral e institucional de la Familia

El socialismo ataca a la familia en tres frentes simultáneos, que se apoyan mutuamente: el jurídico‒institucional, el educativo, y el de las costumbres. El socialismo tiene en vista producir un cambio fundamental e irreversible en el hombre y en la sociedad, de acuerdo con una concepción filosófica radicalmente atea, igualitaria y libertaria.

Por razones tácticas, los socialistas han decidido no aventurarse en una destrucción drástica e inmediata de la propiedad privada, con la consiguiente implantación de la dictadura socio-económica igualitaria.

Por el momento, se trataría de “relativizar” el derecho de propiedad, mediante nuevos impuestos y otros medios. Su acción destructora de las instituciones que constituyen los pilares de la actual sociedad se vuelve, pues, prioritariamente, contra la familia.

El ataque a la familia se desarrolla en tres frentes simultáneos, que se apoyan mutuamente: el jurídico‒institucional, el educativo, y el de las costumbres. En este triple frente, más que en ningún otro, el socialismo manifiesta claramente que sus objetivos no se ciñen a la conquista del Poder para aplicar un determinado programa de gobierno, sino que van mucho más lejos.

Un cambio irreversible

Lo que el socialismo tiene en vista es producir un cambio fundamental e irreversible en el hombre y en la sociedad, de acuerdo con una concepción filosófica radicalmente atea, igualitaria y libertaria.

Entre la demolición y la reconstrucción de una civilización

Para realizar esta transformación, la familia, pura y simplemente, debe dejar de existir. Pero, de acuerdo al estilo neo-socialista europeo, deberá desaparecer gradualmente, evitando la ruptura irremediable del consenso, en un proceso presentado como la interpretación de las ansias populares reprimidas que exigen más libertad e igualdad.

Familia y utopía socialista, dos realidades que se excluyen

Actuando de este modo, el socialismo no sólo escoge un terreno que le es tácticamente más favorable ‒dada la permisividad moral que tiende a aumentar en Occidente‒, sino que obedece también a sus objetivos estratégicos a largo plazo y a sus más radicales principios filosóficos.

La destrucción de la familia para alcanzar el igualitarismo ‒so pretexto de modernización y liberación sexual‒ parece en estos momentos un camino menos peligroso a los designios revolucionarios que la destrucción de la propiedad privada a golpes de decretos o de fuerza, que despertaría reacciones incontrolables.

La doble motivación estratégico-filosófica responde a una cuestión de fondo que debe ser considerada con detenimiento.

La familia católica y el socialismo

La familia católica comunica a sus miembros una mentalidad y un modo de ser que los hace naturalmente refractarios al utopismo revolucionario.

En el ambiente familiar de un hogar bien constituido, el niño vive bajo la influencia de determinados principios que reflejan de modo admirable el orden del universo: la unidad en la diversidad, la jerarquía, la estabilidad, la rectitud moral, etc. Precisamente por esto, los socialistas luchan para que la familia desaparezca.

Comida, convivencia humana y civilización

El mejor acto de cortesía era ofrecer una comida a los viajeros

Alimentarse: ¿es un acto banal? Para el hombre moderno, habituado a la banalidad, ciertamente. Pero, en sí, es una acción noble y rica en significados.

Dios quiso colocar en el alimento la prueba de nuestros primeros padres. El “fruto prohibido” que está en la raíz del pecado original simbolizaba, a su modo, algo más alto que el simple hecho de comer.

Alimentarse es mantener la vida. Pero el hombre,criatura racional, no se alimenta como un animal. La comida es un acto familiar por excelencia, y como acto social pide cierto protocolo, cierto ceremonial. Protocolo y ceremonial que imponen al hombre el ejercicio de la virtud de la templanza.

Vemos cómo, en una remota era, Abraham se deshacía en gentilezas para ofrecer hospitalidad a tres desconocidos que pasaban por su tienda. En realidad eran ángeles que venían a anunciarle la vocación de patriarca (Gen. 18, 1-8). Y el mejor acto de cortesía era ofrecer una comida a los viajeros.

Cuando los judíos huyeron de Egipto con Moisés, Dios les mandó del Cielo el maná para alimentarlos. Y en vísperas de su Pasión y Muerte, Jesús quiso que su última cena fuese la ocasión para instituir el más santo y sublime de los sacramentos: la Eucaristía, que es el propio Cuerpo y Sangre de Cristo, con su alma y divinidad. Él, habiéndose encarnado, deseó que los hombres participasen de la gracia divina por la Comunión eucarística. ¿Habrá algo más alto?

La comida es un acto familiar por excelencia, y como acto social pide cierto protocolo, cierto ceremonial

Después de la Resurrección, apareció Jesús a los discípulos de Emaús y comió con ellos. Lo mismo hizo con los Apóstoles sorprendidos: “¿Tenéis aquí alguna cosa que se coma?” Le dieron un plato de pescado asado; y, tomándolo, comió delante de ellos (Lc. 24, 41).

Por eso es natural que los hombres den gracias a Dios por el alimento que reciben y pidan la bendición divina. Aunque no se considere el aspecto religioso, la comida es en sí un acto humano que se reviste de dignidad. Será simple y discreta en la vida diaria, será más formal y hasta refinada en las ocasiones solemnes.

* * *

Tal vez se pueda hasta medir el grado de civilización de un pueblo según el modo de alimentarse. El índice mayor o menor de solemnidad en las comidas podría significar progreso o decadencia. El Imperio Romano, admirable por tantos lados, sirve de ejemplo. Es sabido que los romanos paganos fácilmente se entregaban a degradantes orgías. Propensos a la gula, muchos, habiendo comido en exceso, mandaban a los esclavos a introducir plumas en sus gargantas a fin de provocar el vómito, y así poder continuar en el banquete. Es repugnante.

Muchos pueblos bárbaros que se convirtieron al Cristianismo, al contrario, progresaron en ese aspecto de modo notorio, confiriendo mayor solemnidad a las comidas importantes. De ese modo se condensó, a lo largo de siglos, una serie de normas sobre el modo de servir, reglas de cortesía o etiqueta, protocolos que indican la posición de los comensales según la jerarquía social, constituyendo un mundo que facilita y eleva la convivencia humana.

Discutían entre sí cuestiones de precedencia, quiso darles una lección de humildad

Así, es señal de civilización cuando, aun en las comidas diarias más simples, ciertas reglas de protocolo son observadas: el padre o jefe de familia preside; la madre lo secunda; los hijos, los demás familiares o los invitados se distribuyen en la mesa, no necesariamente conforme las edades, sino de acuerdo a las conveniencias y costumbres. Otrora la autoridad del jefe de familia era tal que, aun cuando se recibía al propio rey, la cabecera principal cabía al señor de la casa. En su hogar, el padre de familia es el rey… así como el rey debe ser el padre de su pueblo.

* * *

Sin embargo, el ceremonial sólo tiene autenticidad si es practicado por personas que le dan valor. Él puede alcanzar la perfección si tuviera como fundamento la caridad cristiana, que manda amar al prójimo como a sí mismo. En este caso, se establece fácilmente una especie de liturgia social en la cual priman el respeto, la noción de honra, de cortesía. Las dulzuras del buen trato no excluyen los condimentos amargos del sacrificio, pues donde hay ceremonial hay jerarquía, desigualdad, superiores e inferiores; unos mandan, otros obedecen, lo que es natural para un espíritu católico, pero no es soportable para el orgullo humano cuando no es dominado. Una sonrisa puede costar más que una joya…

El Divino Maestro quiso dar a los Apóstoles una lección de humildad lavándoles los pies

Por eso el Divino Maestro, al ver en el Cenáculo que los Apóstoles discutían entre sí cuestiones de precedencia, quiso darles una lección de humildad lavándoles los pies:

“El mayor deberá hacerse el menor, y el que manda será como un servidor de los otros”. Porque más importante que reinar en este mundo es alcanzar el reino de los cielos (cf. Lc. 22, 24-30).

La felicidad de la convivencia humana se encuentra sobre todo en el amor al prójimo por amor de Dios.

[contentbox headline=»» type=»gray»]Les trés riches heures du Duc de Berry, célebre manuscrito iluminado de los hermanos de Limburgo, retrata los meses del año. Aquí, una cena de Año Nuevo, entre 1410 y 1416. El duque Jean de France, fastuosamente vestido de azul, oye atentamente a un prelado a su derecha, mientras tres oficiales de la corte cuidan del servicio de las carnes, de las bebidas y de los panes. Nótese que aún no se utilizaban cubiertos, progreso que vino después. Un maestro de ceremonias, de bastón al hombro, hace aproximarse a los invitados que, según la costumbre, vienen a saludar al príncipe y ofrecerle regalos. Al fondo, una escena de batalla (está en curso la Guerra de los Cien Años, entre Francia e Inglaterra). La Caballería medieval emite sus últimos fulgores, pero el esplendor en la mesa crecerá hasta el siglo XIX.[/contentbox]

Wilson Gabriel da Silva