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Una herejía en los orígenes de la crisis actual de la Iglesia

Una herejía en los orígenes de la crisis actual de la Iglesia. La crisis posconciliar

Cualquiera que estudie detenidamente la «crisis posconciliar» no puede dejar de ver en ella un resurgimiento de la herejía modernista de principios del siglo XX.

Lo que está ocurriendo en la actual fase de decadencia de la vida de la Iglesia tiene orígenes más lejanos de lo que a menudo pensamos.

Hoy tendemos a ver sólo las últimas etapas, sin detenernos a analizar sus orígenes.

Por otro lado, las reacciones a este proceso tienen una historia mucho más larga. Una de las primeras voces de alarma fue, de hecho, el libro «En defensa de la Acción Católica» de Plinio Corrêa de Oliveira, publicado en junio de 1943, hace ochenta años.

¿Cuáles eran, concretamente, los errores que se difundían en la Iglesia en la década de 1940, denunciados por Plinio Corrêa de Oliveira? Él mismo los describe brevemente. Cualquier parecido con ciertos errores hoy replanteados, por ejemplo, por el llamado “camino sinodal”, no es mera coincidencia…

 Los errores doctrinales en la Acción Católica

por Plinio Corrêa de Oliveira

Coparticipación en el poder sacramental de los sacerdotes

Tanto en lo que se refiere a la liturgia como en lo que toca a la naturaleza misma de la Acción Católica, los errores de la nueva corriente giran en torno al concepto de sacerdocio de los laicos.

Según la doctrina tradicional, el sacerdote posee un poder derivado de su ordenación sacramental. Los laicos participan sólo pasivamente en este sacerdocio.

Según las nuevas doctrinas, sin embargo, con la inscripción en la Acción Católica, los laicos adquirieron ipso facto una cierta participación en el sacerdocio sacramental, ya no meramente pasiva, que les confería un cierto poder de jurisdicción. Esto alteró sustancialmente la situación de los laicos en la Iglesia.

De esto dedujeron que los miembros de la Acción Católica debían participar en la Sagrada Liturgia ya no pasivamente, sino activamente, es decir, como verdaderos concelebrantes.

Según el movimiento litúrgico, los laicos de la Acción Católica ya no pertenecen a la Iglesia que dicente, sino que se convierten en miembros de la Iglesia docente, participando en su munus de gobernar, enseñar y santificar.

Esto se notaba, por ejemplo, en la forma de participar en la Santa Misa. Según el movimiento litúrgico, si durante la Consagración el laico repetía las mismas palabras que el sacerdote, participaba activamente, por su parte, en la transubstanciación. Lo mismo para todas las demás oraciones litúrgicas. Insiriéndose en las palabras del celebrante, el laico en cierto modo concelebraba la Misa. Los laicos se vuelven sagrados. Esto también se aplicaba a las mujeres, que así se convertían casi en sacerdotisas. La prohibición de que las mujeres accedieran al sacerdocio de desvaneció. Fue la abolición de la sagrada distinción entre clérigos y laicos.

Coparticipación en el gobierno de la Iglesia

Algo similar sucedió con respecto al gobierno de la Iglesia. Interpretando a su manera la frase de San Pedro “vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa” (Pedro I, 2,9), los partidarios de las nuevas doctrinas afirmaban que nosotros y la Jerarquía somos co- sacerdotes, co-reinantes y co-gobernantes.

Manipularon la definición de lo que era la Acción Católica, “participación en el apostolado jerárquico”, como si los laicos participaran del mismo modo de las gracias propias de la Jerarquía. Todo se movía hacia la afirmación de que en la Iglesia no hay diferencia entre el clero y los laicos. Querían borrar la visión de la Iglesia como sociedad jerárquica. Los laicos tuvieron que ocupar espacios hasta entonces reservados al clero. Decían: “Se acabó el tiempo en que los sacerdotes, obispos y papas gobernaban a los laicos. En la Iglesia debe reinar la libertad plena, la igualdad y la fraternidad. Esta es la era del pueblo, y nosotros somos el pueblo de la Iglesia».

En su concepción, seguirían existiendo sacerdotes y obispos, pero con tareas casi de representación. Los laicos deben tener total independencia para decidir sobre los asuntos de la Iglesia.

Una visión panteísta de la Iglesia

A los innovadores les gustaba mucho usar la expresión “Cuerpo Místico de Cristo”. Para ellos, esto no era una metáfora de una realidad sobrenatural, sino una verdadera encarnación física en algo místico. Se difundía una visión panteísta de la Iglesia, que tendía a concebir a Dios como inmanente en los fieles.

Inmunidad al pecado original

A estas doctrinas teológicas se añadieron otras que tocaban el campo moral.

Los defensores de la nueva corriente afirmaban abiertamente que los miembros de Acción Católica podían frecuentar ambientes moralmente sospechosos, e incluso lugares de perdición, sin peligro para su salvación. La única condición era haber primero recibido la Comunión, porque así «se llevaba a Cristo» a esos lugares. Entonces: por la mañana Santa Misa, Comunión y algunas oraciones, y luego por la noche se podía ir a cualquier club de vida nocturna.

Implícita en este enfoque estaba la doctrina de que la Comunión Eucarística de alguna manera «vacunaba» contra toda tentación. En su concepción, los militantes de la Acción Católica estaban así «sacralizados», tenían tales gracias nuevas y tenían tal participación en la Jerarquía que casi ya no tenían posibilidad de pecar.

Al frecuentar los locales de vida nocturna, en realidad realizaban un acto de virtud ya que «llevaban al Cristo». Afirmaban que, de alguna manera, las personas que estuvieran con ellos -por ejemplo, una chica que bailaba con un miembro de la Acción Católica en la discoteca- de alguna manera también recibían “al Cristo», casi por contagio.

Esta sería la fórmula para conquistar el mundo moderno. No era necesario salir del mundo, como aconsejaban las asociaciones religiosas tradicionales, sino entrar en el mundo hasta el punto de confundirse con él.

Algunos círculos incluso propusieron una visión místico-sensual, en la que se podían practicar actos contrarios a la moral siempre que fuera con «sinceridad», «inocencia» y «sencillez».

Básicamente, las nuevas ideas eran un intento de adaptar el catolicismo a los sistemas filosóficos y costumbres del siglo.

¿Qué pensar del llamado Camino Sinodal?

No sería difícil demostrar que el misticismo panteísta y no racional que caracteriza a tantos sistemas filosóficos modernos influyó profundamente en el movimiento ideológico de estos innovadores. Por otra parte, la moral moderna, que favorece el libre curso de los instintos y desprecia cualquier control que la inteligencia y la voluntad puedan ejercer sobre ellos, influyó también, y profundamente, en las concepciones de estos innovadores.

Una amplia libertad de costumbres

Al acusar a las asociaciones católicas tradicionales de ser «anticuadas» y de practicar una «pureza farisaica», los innovadores predicaban una amplia libertad de costumbres. Por ejemplo, favorecían la promiscuidad entre los sexos en las fiestas y acampadas, aceptaban las nuevas modas ultrareducidas. Según ellos, los problemas de la sexualidad no debían ser tratados sólo por confesores o guías espirituales, sino abiertamente, en conferencias y encuentros para ambos sexos.

Decían que la «obsesión por la moralidad» tenía que desaparecer. La Iglesia no existe para preservar la moral, sino para lanzarse al apostolado.

Este acercamiento fue acompañado por un nuevo tipo humano, ya no serio, maduro y diligente, sino eternamente sonriente, bienhechor, despreocupado y fiestero.

Negación del carácter militante de la Iglesia. Ecumenismo

La visión de los innovadores, como hemos visto, implicaba una virtual negación del pecado original y sus consecuencias. En el libro «En defensa de la Acción Católica» denuncié este error como el punto de partida de un cierto ecumenismo. Este ecumenismo presupone que, si establezco relaciones amistosas y edulcoradas con herejes y cismáticos, éstos acabarán por convertirse.

Por tanto, el apostolado debe ser ecuménico: nunca una discusión, nunca una polémica. La sonrisa sería el vehículo natural de la gracia divina. Nunca le digas a nadie que está equivocado o que hacer tal cosa es contrario a la Ley de Dios ¡No! Debemos sonreír, sonreír, sonreír…

Bajo esta luz, la naturaleza militante de la Iglesia ya no existiría. La actitud de la Iglesia debe ser conciliadora, haciendo que todas las personas de buena voluntad se unan. A fuerza de irradiar amor, amor, amor, la maldad humana terminaría desvaneciéndose. Nunca tenemos que combatir. La lucha es fundamentalmente equivocada.

Un nuevo y extravagante arte sacro

Una cosa que me llamaba la atención de los innovadores fue el apoyo que dieron a las manifestaciones más atrevidas y extravagantes del arte sacro, y a cierta literatura erótico-mística muy perniciosa.

Lucha de clases

También circulaba una tendencia en la Acción Católica a favorecer casi exclusivamente a las clases trabajadoras. Este impulso vino especialmente de la JOC (Juventud Obrera Católica).

Los movimientos obreros tendían a ser promovidos preferencialmente porque, se decía, las clases dominantes habían perdido todo prestigio. De hecho, la existencia misma de la clase aristocrática y burguesa era una especie de cáncer de la sociedad. Era necesario acabar con estas clases. Había, por tanto, una cierta tendencia a favorecer la lucha de clases.

Yo era partidario entusiasta de la organización de las clases populares según el espíritu de la Iglesia, pero me oponía categóricamente a esta tendencia igualitaria. En mi opinión, era realmente necesario hacer un apostolado en las clases altas para que pudieran guiar a las clases populares hacia el bien.

Balance final: una nueva «iglesia» infiltrada en la Iglesia

En resumen:

  • Estábamos en presencia de una nueva religión, optimista, alegre, permisiva y satisfecha, fundada en la idea de que, si se le deja en completa libertad, el hombre tiende naturalmente al bien.
  • Casi como una espada escondida en su vaina, los innovadores ocultaron sus doctrinas. Era como una nueva «iglesia» infiltrada en la Iglesia.
  • Los innovadores predicaban una revolución para la Iglesia simétrica a lo que había sido la Revolución Francesa para la sociedad.

 Todo esto presagiaba desarrollos que llevarían a estallidos cada vez más radicales.

Fuente: “Minha Vida Pública”. Compilación de relatos autobiográficos de Plinio Corrêa de Oliveira, Artpress, São Paulo 2015, pp. 196-203.

El «transbordo ideológico inadvertido» en el catolicismo social

Trasbordo ideológico del "catolicismo social" al  socialismo. El Conde Alberto de Mun
Conde Alberto de Mun
La cuestión social y el catolicismo social

En el siglo XIX, como respuesta católica a la llamada «cuestión social» -es decir, al terremoto provocado por la revolución industrial que, al desarraigar a millones de personas de su hábitat natural, creó el proletariado-, surgió la corriente denominada «catolicismo social”, que pretendía suplir las necesidades, verdaderamente enormes, de esta clase infeliz.

En su conjunto, la corriente hizo suyo el Magisterio de la Iglesia, ejerciendo una saludable influencia en la sociedad inspirada en el Evangelio. Poco a poco, sin embargo, algunos sectores se dejaron influenciar por el espíritu y las doctrinas revolucionarias, dando forma a una corriente progresista. De ahí la distinción entre un catolicismo social conservador o tradicionalista y uno liberal o progresista.

El fenómeno más curioso, sin embargo, fue el lento deslizamiento de algunos sectores del catolicismo social tradicionalista hacia posiciones que, poco a poco, se aproximaron a las progresistas, hasta llegar, en muchos casos, a posiciones abiertamente socialistas.

Un caso indicativo: el conde Albert de Mun

Un caso indicativo es el del conde francés Albert de Mun (1841-1914), figura central de un vasto movimiento denominado Oeuvre des Cercles Catholiques d’Ouvriers. La amplitud de su migración doctrinal -del tradicionalismo al socialismo- lo convierte en un ejemplo paradigmático del tipo de trasbordo ideológico hacia la izquierda que se ha producido en amplios sectores del catolicismo social.

Oficial de caballería, de Mun era un monárquico legitimista. Su lema era simple y directo: «¡Guerra contra la revolución!». Su programa era igualmente claro: «Oposición a la Declaración de los Derechos Humanos, fundamento de la Revolución, y a la proclamación de los derechos de Dios, fundamento de la Contrarrevolución»[1]. Instado a definir su posición, escribió: «El Syllabus es nuestra bandera» [2]. De Mun definió su movimiento como «la Contre-Révolution en marche«.

Tales declaraciones de fe ultramontana, sin embargo, encubrían mal una falta de fundamentos doctrinales. El compromiso social del noble francés estuvo guiado por un deseo generoso, aunque vago y romántico, de ayudar a los pobres, más que por principios sólidos derivados de un buen conocimiento de la doctrina católica y de una observación metódica de la realidad.

Vacío doctrinal

El vacío doctrinal, sumado al optimismo sobre el progreso industrial, hizo que la Oeuvre, y con ella muchos sectores del catolicismo social, cayesen presa de un sagaz proceso de trasbordo ideológico, que los condujo paulatinamente hacia la izquierda. Impulsados ​​por este proceso, estos sectores comenzaron a sostener posiciones compartidas con estos últimos.

Al principio se trataba de coincidencias estratégicas más que doctrinales. Gradualmente, a medida que se racionalizaban las coincidencias, las ideas socialistas comenzaron a extenderse hasta convertirse en dominantes. La importancia de este proceso, que desde entonces se ha repetido en muchos ambientes católicos hasta el día de hoy, merece un breve estudio.

La interacción de simpatías y fobias.

A primera vista, la deriva de la derecha al socialismo puede parecer desconcertante. En cambio, es el resultado de una astuta maniobra de propaganda revolucionaria, todavía hoy en curso, y que el pensador católico brasileño Plinio Corrêa de Oliveira ha llamado «transbordo ideológico inadvertido» [3]. La artimaña se basa en la manipulación de dos constelaciones de impresiones contrapuestas -unas de simpatía, otras de fobia- y su coincidencia o discrepancia con disposiciones aparentemente similares de los socialistas. Veamos el proceso en cámara lenta.

La simpatía: preferencia por las corporaciones medievales

El primer factor a tener en cuenta para comprender este desconcertante proceso de transbordo ideológico, es la gran predilección de los católicos tradicionalistas por las corporaciones medievales, parte integral de un ideal más amplio de restauración de la civilización cristiana.

Casi como una reacción de defensa natural frente al hundimiento provocado por las revoluciones francesa e industrial/capitalista, amplios sectores de la opinión pública europea habían comenzado a mirar con nostalgia hacia ese “dulce primavera de la fe” en la que, en palabras de León XIII, “la filosofía del evangelio gobernaba la sociedad” [4], anhelando su restauración como único remedio al caos revolucionario.

El siglo XIX conoció, por tanto, una amplia revalorización de la Edad Media cristiana. Pensemos, por ejemplo, en el florecimiento del estilo neogótico y el redescubrimiento del canto gregoriano. Los católicos eran, casi por definición, defensores de la restauración de la civilización cristiana, según el lema paulino (Ef 1,10) adoptado posteriormente por S. Pío X: “Instaurare omnia in Christo”. En particular, anhelaban la restauración de las corporaciones y otros cuerpos intermedios de la sociedad orgánica.

La fobia: un arraigado rechazo al capitalismo liberal

En el otro extremo, encontramos en muchos católicos del siglo XIX un arraigado rechazo al capitalismo liberal, definido por el pensador estadounidense Michael Novak como «capitalismo democrático» [5]. Hijo de la Ilustración, ligado al espíritu protestante hasta el punto de ser considerado una emanación del mismo, el capitalismo liberal provocó en los católicos tradicionalistas un rechazo no sólo doctrinal sino emocional.

Esta reacción se vio agravada por el anticatolicismo desplegado por muchos representantes de la corriente capitalista liberal, comenzando por Adam Smith (1723-1790), quien escribió: «La constitución de la Iglesia de Roma puede considerarse el diseño más formidable jamás concebido contra (…) la libertad, la razón y la felicidad de la humanidad” [6]. Por lo tanto, no sorprende que muchos católicos vieran el capitalismo liberal como un fenómeno subversivo, es decir, destructivo del orden tradicional.

Esta antipatía aumentó cada vez más con el ascenso de la nueva clase burguesa de espíritu volteriano, que ocupó el lugar de la vieja aristocracia en la dirección de los asuntos públicos, imponiéndole tonos y formas groseras, pragmáticas y calculadoras, donde antes había primado el refinamiento, la generosidad y el heroísmo, reemplazando la preeminencia de la educación y las buenas costumbres por la del dinero.

Incipiente simpatía por las posiciones de izquierda

Tanto la predilección por las corporaciones como el rechazo al capitalismo liberal coincidieron (al menos en apariencia) con disposiciones similares del lado socialista, despertando en algunos círculos del catolicismo social una creciente simpatía por las posiciones de izquierda.

Dejando de lado el carácter a menudo secular y anticatólico, ¿no demostraba también un encomiable deseo de mejorar la condición de los proletarios? ¿No quería también organizar cuerpos intermedios -los sindicatos- que, al menos formalmente, se asemejaran a las corporaciones? ¿No coincidían los católicos y socialistas en su rechazo al capitalismo democrático?

Estas coincidencias formales fueron hábilmente explotadas por la propaganda revolucionaria, desencadenando un proceso de transbordo ideológico hacia la izquierda en muchos sectores del catolicismo social.

Estrategia de transbordo ideológico

El transbordo se desarrolló sobre dos ejes: primero, se exageraba artificialmente el sufrimiento de los trabajadores, agravando así la compasión sentimental hacia ellos, actitud aparentemente compartida también por la izquierda; en segundo lugar, se inculcó una especie de apatía renunciante ante el triunfo del socialismo, considerado inevitable, dado el «espíritu de los tiempos».

El proceso se puede esquematizar de la siguiente manera:

1) Acentuación, doctrinal y temperamental, de la antipatía de los católicos sociales hacia el capitalismo liberal y, en sentido contrario, de su simpatía por el esquema corporativo.

2) Mitigación de los puntos de discordia: cualquier problema que pudiera generar conflicto entre católicos e izquierda fue, en la medida de lo posible, atenuado u ocultado.

3) Manipulación de impresiones: las simpatías y antipatías fueron vaciadas gradualmente de su significado original y cargadas de nuevos significados. Mientras se inflaba el rechazo al capitalismo democrático hasta incluir sus aspectos legítimos, la defensa de los organismos intermedios se transformaba en una defensa de los sindicatos de trabajadores.

4) Búsqueda de afinidad con la izquierda: se insinuaba, por tanto, que estas disposiciones eran compartidas por la izquierda.

5) Simpatía por la izquierda: la izquierda fue idealizada como el «partido de los pobres», el «partido del corazón», y sus líderes como personas generosas, idealistas y abiertas.

6) Aversión a la derecha: pari passu, la misma propaganda pintaba a la derecha como “el partido de los ricos codiciosos” y a sus líderes como personas insensibles, arrogantes y cerradas.

7) Colaboración con la izquierda: la naciente simpatía por la izquierda llevó a la colaboración, inicialmente en ocasiones puntuales, como una huelga. Ocasiones que tendieron a multiplicarse, convocando a sectores cada vez más amplios del catolicismo social a apoyar a la izquierda, cada vez con más frecuencia, en las iniciativas populares.

8) Aceptación del socialismo: el último paso fue convencer a los católicos sociales ya comprometidos en el proceso de que los pobres eran mejor defendidos por la ideología de sus nuevos camaradas, es decir, por el socialismo.

Ideología de género y trasbordo ideológico inadvertido

Un ejemplo clásico fue el deslizamiento de la Oeuvre des Cercles Catholiques d’Ouvriers hacia el estatismo socialista. Francesco Saverio Nitti resume así la deriva: “El socialismo católico predicado por el Conde de Mun tuvo tres períodos muy diferentes. En el primero, la Obra apoyó la necesidad absoluta de volver al régimen corporativo; en el segundo, después de la ley de sindicatos, buscó la difusión de los sindicatos mixtos; en el tercero, finalmente, desesperando del restablecimiento de las corporaciones, apoyó la necesidad de profundas reformas económicas por parte del Estado, acentuando así sus tendencias hacia el socialismo de Estado”.[7]

Ambigüedades doctrinales

La deriva dentro de la Oeuvre, presagio de lo que estaba ocurriendo en amplios sectores del catolicismo social europeo, naturalmente exigía una racionalización. Tratando de justificar la deriva, muchos católicos sociales comenzaron a apoyar ideas cada vez más cercanas al socialismo.

Reaccionando contra el individualismo excesivo del capitalismo liberal, los católicos sociales tendieron a menospreciar los derechos legítimos de la persona, poniendo el énfasis en cambio en los elementos sociales o comunitarios.

Si esto hubiera estado inspirado en la sana intención de restaurar la organicidad a la sociedad, ciertamente habría contribuido a restaurar el equilibrio social; sin embargo, estos católicos parecían ignorar la presencia en el campo de fuerzas revolucionarias muy poderosas que apuntaban en una dirección similar y con las que, objetivamente, estaban en sintonía.

Lo «social» en detrimento de la persona

Al hacer de lo «social» el criterio dominante terminaron por olvidarse de la persona y apoyar un estatismo intervencionista, que es exactamente lo contrario de la sociedad orgánica tradicional, que siempre se construye «desde abajo» y nunca «desde arriba».

Al mismo tiempo, comenzó a enfatizarse el precepto cristiano de la ayuda y la caridad hacia los pobres, hasta convertirse en una especie de mandamiento central. La mayor iniquidad de la época, se decía, era la pobreza de los proletarios. En consecuencia, la primera misión de los cristianos comenzó a presentarse en términos de una «opción preferencial por los pobres» (para usar un lenguaje moderno).

Una visión romántica de los pobres

Algunos teólogos y escritores comenzaron a exaltar a los pobres como destinatarios privilegiados de la predicación evangélica, como el fundamento del mundo futuro que querían construir. No es exagerado afirmar que la legítima preocupación por las clases más pobres fue desvirtuándose progresivamente en una especie de «mística de los pobres», llevada al paroxismo en el siglo XX por la Teología de la liberación y ciertas corrientes populistas.

Gracias al romanticismo difuso, la «mística de los pobres» se contaminó fácilmente con un espíritu igualitario, por lo que una creciente aversión hacia sus supuestos opresores comenzó a sumarse a la preocupación por los pobres: los patrones.  

La propaganda revolucionaria, que presentaba a los pobres bajo una luz bondadosa, denigraba a los patrones retratándolos como sanguijuelas sin corazón. La deplorable apatía, e incluso el altivo desprecio mostrado lamentablemente por algunos patrones, reforzaron esta percepción. La consecuencia fue que un espíritu incipiente de lucha de clases comenzó a extenderse incluso en los ambientes del catolicismo social, que gradualmente reemplazó al espíritu de cooperación cristiana. Estos ambientes a veces eran definidos como el ala «populista» del catolicismo social.

Del brazo de los socialistas

Como resultado del proceso de transbordo ideológico, muchos católicos sociales se encontraron cada vez más alineados con la izquierda socialista. Lejos de ocultar esta situación, se jactaron de ella. “No retrocedo ante la convergencia con los socialistas – declaró Albert de Mun en 1889 – Seguiremos coincidiendo en muchos otros puntos. Lejos de temer esto, estoy orgulloso de ello” [8]. Los socialistas le devolvieron la cortesía.

Hablando en nombre de los diputados socialistas, A. Ferroul afirmó: “He leído las declaraciones de de Mun. Mis amigos y yo no podemos dejar de aplaudir. Sus reivindicaciones no son en realidad sino las formuladas por los congresos socialistas” [9].

Convergencia con los socialistas

Hacia el final del siglo, la convergencia con los socialistas se había vuelto casi completa. «Excepto en algunos puntos relativos a la religión, el programa de de Mun y de los escritores de la Association catholique no es otro que el de los socialistas de Estado más avanzados«, observó entonces Francesco Saverio Nitti [10].

El más entusiasta de la convergencia con los socialistas fue el marqués de la Tour du Pin, más tarde una figura destacada de la derecha nacionalista francesa. Para ilustrar su posición, escribió en 1889: «A la luz de los principios a los que nos han conducido nuestros estudios, es fácil decir que no hay una dosis más preponderante de materialismo en las reivindicaciones del socialismo revolucionario que en las de la economía liberal. Sin embargo, encontramos más humanidad en el socialismo. (…) Prácticamente todo lo que está bien en las reivindicaciones del socialismo revolucionario, en el fondo si no en la forma, encuentra un calce perfecto con nuestra visión de un sistema corporativo” [11]. No es de extrañar, por tanto, que proclamara: “Marchamos junto a los socialistas. Lo vuelvo a repetir: no nos interesa si los conservadores y sus moribundos lamentos están o no de nuestro lado” [12]. Varias veces llamó a su posición «socialismo cristiano».

Una nota final añadida por el autor del libro:

Este tipo de trasbordo ideológico inadvertido exige de los católicos de todas las edades un esfuerzo redoblado para no dejarse llevar por él. Un esfuerzo que tiene como punto de apoyo no sólo el análisis objetivo y desapasionado de los fenómenos en curso, enraizados en los sólidos cimientos del Magisterio de la Santa Iglesia Romana, sino, sobre todo, en la confianza sobrenatural en Aquella que «sola venció todas las herejías en todo el mundo» y que, aún en nuestros días, ha prometido el triunfo de su Inmaculado Corazón.

Notas

[1] Albert De Mun, Discurso Inaugural a la Cámara de Diputados, 1876, cit. en Emmanuel Barbier, Histoire du catholicisme libéral et du catholicisme social en France. Du Concile du Vatican à l’avénement de S.S. Benoît XV (1870-1914), Imprimerie Y. Cadoret, Burdeos 1924, vol. yo, pág. 349.

[2] Albert De Mun, Cuestiones sociales, p. 99, cit. en Id., vol. yo, pág. 351. Se refería obviamente al Syllabus errorum, documento publicado en 1864 por Pío IX que contenía una lista detallada de los errores liberales en los campos teológico, filosófico, moral y sociopolítico.

[3] Plinio Corrêa de Oliveira, Transbordo ideológico inadvertido y diálogo, Editorial Il Giglio, Nápoles 2012.

[4] León XIII, Encíclica Immortale Dei, 1 de noviembre de 1885.

[5] Michael Novak usa la expresión en el sentido de un sistema triple que incluye la democracia liberal en el ámbito sociopolítico, el capitalismo liberal en el ámbito económico y el pluralismo liberal en el ámbito religioso, moral y cultural. Según el escritor estadounidense, se trata de tres elementos interdependientes que no se pueden separar. Ver Michael Novak, The Spirit of Democratic Capitalism, Simon and Schuster, Nueva York 1982.

[6] Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, en Great Books of the Western World, editado por Robert Maynard Hutchins, Universidad de Chicago, Chicago 1952, vol. 39, págs. 350-351.

[7] Francesco S. Nitti, Socialismo católico, L. Roux y C. Editori, Roma 1891, p. 287.

[8] Albert De Mun, Discours à l’Assemblée de Romans, 10 de Noviembre de 1889, cit. en Emmanuel Barbier, Histoire, vol. II, pág. 224.

[9] A. Ferroul, en “Réforme sociale”, 15 de mayo de 1890, p. 601, cit. en Francesco S. Nitti, Socialismo Católico, p. 265.

[10] Ibíd., pág. 277.

[11] cit. en Emmanuel Barbier, Histoire, vol. II, págs. 224-225.

[12] cit. en Jean De Fabrègues, Le Sillon de Marc Sangnier. Un tournant majeur du mouvement social catholique, Libraire Académique Perrin, París 1964, p. 70.

Tomado de la Teología de la Liberación. Un salvavidas de plomo para los pobres, Cantagalli, Siena 2014, pp. 22-36.         por Julio Loredo